ALGUNAS NOTAS SOBRE LA CRISIS DE LOS MEDIOS

Peter Watkins

 

Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975)

La Commune (Peter Watkins, 2000)

 

Desde que en 1966 la BBC prohibió mi películaThe War Game (que reflexionaba sobre las consecuencias de utilizar armas nucleares), me he ido interesando gradualmente por el «empobrecimiento» de los medios audiovisuales de masas (MAM) y por el desarrollo de lo que he denominado «la crisis de los medios». Los elementos clave de esta crisis son la fuerte restricción de las agendas de los MAM, el desarrollo forzado de la «cultura mediática popular» y la estandarización de la forma audiovisual, que ha dado lugar a una relación cada vez más jerárquica y manipuladora con la audiencia (el público).


Cuando se fue extendiendo la represión contra mi obra, me dediqué a visitar escuelas y universidades de Norteamérica, Europa, Escandinavia y Australasia, para hablar sobre esta crisis e intentar organizar la enseñanza crítica en el ámbito de los medios de comunicación (tema que retomaremos a continuación). A mediados de los años setenta, puse en marcha dos cursos de verano bajo la dirección del Dr. James Shenton en Columbia University de Nueva York, en los que analizamos una serie de programas de noticias norteamericanos. A partir de ahí empecé a interesarme por lo que he denominado la «monoforma», un concepto sobre el que he escrito numerosos artículos en estos últimos treinta años.


La investigación que llegamos a cabo en Columbia reveló el desarrollo organizado de un lenguaje formal televisivo, formateado y repetitivo, compuesto de imágenes editadas y rápidamente fragmentadas, acompañado de un denso bombardeo de sonidos e hilvanado por una estructura narrativa clásica. Aunque este lenguaje formal había sido concebido originalmente por Hollywood, fue inquietante descubrir su uso habitual en casi toda la programación de televisión contemporánea, desde telenovelas hasta telediarios. El problema de esta estandarización –y de los imperativos que hay detrás de ella– no ha hecho más que empeorar en las últimas décadas y hoy alcanza prácticamente a todas las formas de consumo de cine y televisión «profesional», incluyendo reality shows, retransmisiones deportivas, la mayoría de documentales, etc.


Lo que agrava el problema es el radio de acción y la universalidad de la crisis mediática –sus desastrosos efectos en el desarrollo creativo y plural del cine y la televisión, por un lado, y sus perjudiciales consecuencias sociales, políticas y humanas en el proceso cívico, por otro–. Y lo más sorprendente –y revelador– es que los numerosos aspectos holísticos de esta crisis siguen sin ser debatidos por el público ¡casi cien años después de la aparición de Hollywood!
Hay muchos factores implicados, pero aquí sólo me referiré a los más esenciales:


La monoforma y sus imperativos presentan muchos problemas y contradicciones, especialmente en una profesión que reivindica la «objetividad» y la «imparcialidad» de sus productos «factuales». Otro aspecto relacionado con esta crisis es que la monoforma es hoy perceptiva en todos los MAM, que la represión generalizada impone su uso y que todos los intentos de debatir la cuestión, tanto de cara al público como en pantalla, están bloqueados.


El papel de la educación: por desgracia, cuanto más crítica era mi análisis de los medios, más resistencia encontraba en algunas escuelas, universidades e instituciones de comunicación de masas. A lo largo de los años setenta, los estudios sobre la cultura popular en televisión se pusieron muy de moda entre los profesores universitarios de la disciplina, y pronto se extendió una especie de velo anestésico sobre lo poco que quedaba de la perspectiva crítica de los años sesenta. Hacia principios de los ochenta, la aceptación generalizada del papel de los MAM se enseñaba en todos los niveles académicos, en todo el mundo.


Los MAM no sólo han repercutido peligrosamente en la sociedad contemporánea (como en el desarrollo de la sociedad de consumo y el deterioro medioambiental que comporta), sino que contienen en su núcleo otra crisis: los sistemas «educativos» que han hecho un uso erróneo del proceso docente para adoctrinar a varias generaciones de jóvenes en los «placeres» de la cultura mediática popular, en vez de instruirlos sobre los retos de los MAM y alentarlos a desarrollar formas propias y procesos alternativos de comunicación audiovisual.


Entre los profesores universitarios de medios de comunicación estaba de moda –y quizá aún lo esté– calificar a los críticos de la cultura mediática popular de «moralistas de clase media», elitistas con una actitud de «alta cultura» hacia el uso de los medios audiovisuales. Esta postura ha desempeñado un papel muy relevante en la anestesia del pensamiento crítico respecto a los MAM, con la irónica consecuencia de que la enseñanza «democrática» de la cultura mediática popular (tanto el cine como la televisión) ha fijado unos MAM fuertemente autoritarios, centralizados y reaccionarios en el ámbito global.


Un problema relacionado con los numerosos valores superficiales y consumistas (y otros factores como el sexismo y la violencia) propagados por el contenido (también llamado agenda) de la cultura mediática popular es el impacto de su forma y estructura estandardizados. No es únicamente el contenido visible de los programas o de las películas lo que resulta problemático; lo que está en la base de la crisis es su manera de actuar sobre el tiempo, el espacio y el ritmo, el proceso invisible que se utiliza para crear una relación centralizada con el público. Y esta crisis se ha extendido hasta el punto que somos capaces –o deberíamos serlo– de discernir el impacto de los MAM en la supervivencia del planeta. Como me dijo el otro día mi esposa Vida, «los MAM siempre han infectado nuestro pensamiento, pero ahora lo hacen a lo grande».


Hay miles de ejemplos del papel devastador de los MAM en todo el planeta. Uno de los más obvios es el papel que tuvieron los programas de la televisión popular de Estados Unidos para inflamar el apoyo del público norteamericano al ataque del presidente Bush a Irak en marzo de 2003. Estos programas negaron totalmente cualquier pretensión de «objetividad» e «imparcialidad» de los MAM, indicando hasta qué punto la televisión profesional había adoptado una posición completamente falsa y contradictoria, especialmente en su relación con el público.


Esta contradicción sigue reforzándose en casi todas las escuelas de periodismo y medios audiovisuales, donde se ignora completamente que la aplicación de la monoforma es en sí misma una negación total de «objetividad». Como lo es también el peligroso papel que desempeña el formato estandarizado para desdibujar cualquier distinción entre sujetos y cualquier variación potencial en la reacción de la audiencia.


El reto, al cabo de tantos años, es cómo alentar a los profesores, así como a los profesionales de los medios audiovisuales, a alejarse gradualmente de la forma existente de los MAM. Cómo ayudarlos a entender la relación holística entre su («nuestro») trabajo y la pesadilla del consumo de masas y la consiguiente crisis medioambiental a que se enfrenta el planeta. Cómo entender mejor los múltiples y enfermizos problemas psicológicos y sociales que implica la distribución masiva y centralizada de lenguajes formales audiovisuales, repetitivos y cerrados, como la creciente privatización, la resistencia al comportamiento colectivo, la aceptación de las estructuras autoritarias, el miedo al «otro», la agresión, etc. Todo lo que los MAM han estado promoviendo durante décadas, especialmente desde la creación de la televisión en la década de los cincuenta.


La educación contemporánea en medios de comunicación –la enseñanza de las formas digitales que pueden adoptar los medios audiovisuales o su uso en el ciberespacio, los cursos introductorios en escuelas secundarias, los cursos prácticos o teóricos en la educación superior, la formación profesional en escuelas de televisión y periodismo– se ha convertido en una industria de grandes dimensiones. Con pocas excepciones, casi todo se basa en el uso indiscutido e incuestionable de imágenes y sonidos para «comunicar» historias, ideologías, temas sociales, ocio, mensajes publicitarios y «placer» al público de masas. Punto.


El uso del término «comunicar» por parte de los MAM debería activar dispositivos de alarma. La «comunicación» significa un intercambio entre dos o más personas. ¿Como puede ser posible cuando una de las partes usa un lenguaje formal altamente codificado para crear una relación centralizada y jerárquica con la otra?, especialmente cuando ni los MAM ni el sistema educativo están preparados para revelar esos códigos o los imperativos legales que hay detrás suyo…


Hoy, los jóvenes que aspiran a entrar en el mundo del cine o la televisión han de someterse a unos sistemas educativos que insisten en que la monoforma es crucial para su trabajo como futuros profesionales de los medios. Invariablemente, se les enseñará la necesidad de aplicar estructuras temporales formateadas e intervalos de tiempo en el trabajo que han de presentar (26 ó 52 minutos, el llamado «reloj universal»). Se les enseñará cómo «adecuar» sus proyectos a los productores profesionales (una de las prácticas profesionales más odiosas y peligrosas de la nueva era), se los adoctrinará en la necesidad de sucumbir al orden mediático existente y se les inculcará la idea de que el «profesionalismo» significa imponer el poder de sus imágenes al público (el imperativo del «impacto»). Tal como espero haber sido capaz de expresar aquí, el problema de la crisis de los medios va más allá de sus repercusiones en las posibilidades creativas de la televisión o el cine, ya que afecta a todas y cada una de las personas que vivimos en este planeta.


Felletin, Francia


Febrero de 2010


http://blogs.macba.cat/peterwatkins/notes-on-the-media-crisis/