Hay muchas películas que interesan a un número restringido de personas. El drama de las cinematecas consiste en que están acorraladas entre el gusto del público y la necesidad de formarlo. Por lo tanto, la mayor parte de ellas están obligadas a seguir el gusto del público, en lugar de precederlo.
Tomemos a Ozu como ejemplo. Ha hecho falta bastante tiempo para que en París nos demos cuenta de que era alguien digno de la reputación de la que gozaba en Japón.
Hace dos años, se decía habitualmente: «Mizoguchi, Kurosawa, son genios, pero Ozu, bah, sí, bah, sí». Y no era raro escuchar: «¡Ya basta con Ozu!». La prueba es que cada vez que se proyectaba una película de Ozu, no había más de 10 ó 20 personas en la sala. Sólo gracias a una cierta obstinación a la hora de mostrar sus películas y al homenaje que le hemos consagrado, se han dado cuenta de que era un cineasta extraordinario. Quedé subyugado por su ingenio cuando estaba organizando un curso sobre cine contemporáneo. Estaba hablando sobre el cine japonés cuando, con el objetivo de ilustrar mis ideas, tomé como siempre mis bobinas para mostrarlas a mi auditorio. Fue ahí cuando, de golpe, me di cuenta de que lo que estaba diciendo ya no se correspondía con lo que veía. Proyectando los fragmentos de Mizoguchi, de Kurosawa y de Ozu, elogiaba a los dos primeros a expensas del tercero, pero entonces me di cuenta que Ozu los rebasaba por completo. Una bobina de Ozu, proyectada en sándwich entre Kurosawa y Mizoguchi, me hizo comprender su talento. No obstante, este talento no se puede apreciar de entrada, ya que el cine de Ozu está lleno de matices, y en sus películas se habla mucho. Hace cinco años, este intimista japonés le pesaba al público, pues no poseía ni el esplendor ni el encanto de Mizoguchi –por “encanto” me refiero al verdadero, al mitológico, al de las Parcas, no al de las mujeres hermosas–. Sin embargo, Ozu, es la vida. Sus películas poseen algo extraordinario, inherente al cine americano: la pureza de la vida. En Mizoguchi, encontramos incluso la estética, pero sus arabescos son tan extraordinarios que terminan por prolongar el tema de modo que, cuando entramos en la película, no nos damos cuenta en un primer momento de lo inteligente que es. Sólo en un destello percibimos hasta qué punto está compuesta una película de Mizoguchi. Una película de Kurosawa está compuesta, pero de forma diferente. De todos modos, en toda composición hay un artificio. Salvo en el cine de Ozu. Aunque sus personajes sean seres completamente depurados, están vivos.
Extracto de «Entretien avec Henri Langlois», por Rui Nogueira, entrevista realizada en 1972, publicada originalmente en Sight and Sound (otoño de 1972) y, en versión francesa, en la revista Zoom (nº25, junio-julio de 1974). Extraída de: LANGLOIS, Henri (1986). Henri Langlois. Trois cent ans de cinéma. Écrits. París. Cahiers du cinéma, Cinémathèque Française, FEMIS, pp. 89-90.
Traducción de Francisco Algarín Navarro
Editorial
Gonzalo de Lucas
Las filmotecas y la historia del cine
Jean-Luc Godard
Sobre la proyección de Ozu
Henri Langlois
Entrevista con Alexander Horwath. Sobre la programación y el cine comparado
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